Blogia
MIMEBUR

CONCEPCION ARENAL

CONCEPCION ARENAL

Concepción arenal

Nacimiento

Concepción Arenal nació en El Ferrol, el 31 de enero de 1820. Quedó huerfana de padre a la edad de ocho años. Su padre, don Angel del Arenal, era un santanderino nacido en Armaño el 24 de marzo de 1790, a raíz de la Guerra de Independencia se hizo militar y participó en varias contiendas bélicas y tuvo mucho éxito como militar. La madre de Concepción, doña María Concepción de Ponte era decendiente de una familia de nobles de título, dado que su hermano era conde de Vigo. Don Angel del Arenal continuó en el ejército hasta su muerte. Don Angel sufrió muchas veces prisión por su ideología liberal y por estar en contra del régimen monárquico absolutista de Fernando VII. Aquellos tiempos en prisión le hicieron caer enfermo y don Angel muere en 1829.

Infancia y Juventud

Después de la muerte de su padre, la madre de Concepción junto con sus hijas: Antonia y Concepción se trasladan a Madrid en 1824, la tercera hija Luisa había muerto. Un año después de la muerte de su madre, en 1842, Concepción se viste de hombre para poder asistir a la Universidad Complutense de Madrid y tomar clases en la Facultad de Derecho. En la universidad, Concepción conoce al hombre que luego sería su marido.

Vocación Feminista

Concepción Arenal dedicó su pluma a la reivindicación de las situaciones marginadas; escribió para que la leyeran, para que la entendieran, para que sus lectores participaran en sus ideales. Uno de los aspectos más progresistas de Concepción Arenal es su consideración de la mujer como ser humano marginado a quien hay que ayudar, estimular y respetar, no en rendiciones galantes, ni en modales encantadores y protectores, sino educándola en la dignidad de su propia condición. Como escritora, Concepción Arenal eligió el género y los medios más accesibles a los lectores: el género epistolar y el folletín. Las obras que presentan esta vocación de Concepción Arenal son:  

Proyección Activista

Aparte de su actividad de escritora, Concepción Arenal fue activista de sus ideas sustentadas en sus artículos y libros: conoció el horror de las cárceles de mujeres y hombres, la inmisericordia y miseria de hospicios y manicomios, y hasta en la guerra civil carlista acompañó a las tropas cristianas para atender heridos de ambos bandos y dirigió el adecentamiento del hospital de campaña que se montó para atender a tantos hombres moribundos y heridos. Tanta actividad, le hizo ser merecedora del nombramiento de visitadora de prisiones de mujeres en 1863 en La Coruña, cargo al que renuncia sin justificación aparente en 1865. En 1868, es nombrada inspectora de casas de corrección de mujeres, cargo que ocupa hasta 1873. En 1871-72, fue nombrada secretaria general de la Cruz Roja. También fue miembro de la Junta Directiva del Ateneo de Señoras, fundado en Madrid por Fernando de Castro.

.

El abandono de los expósitos

Nada hay en la vida moral, social y política de nuestro siglo que no sea transitorio; donde quiera que nuestros ojos se vuelven, hallan el esqueleto de lo que no vive ya, el germen de lo que no vive todavía. Para llenar el abismo que separa la sociedad que se acabó de la sociedad que empieza, los creyentes acuden con su fe, los visionarios con sus delirios, los pensadores con sus sistemas, la humanidad entera con sus lágrimas, y el abismo parece tragar todo lo que se le arroja. Unos quieren vivir en los vanos recuerdos de lo pasado, otros en las prematuras esperanzas del porvenir; pasan las generaciones sin que ninguna parezca decir: esta época es la mía. Todo el que no está muy degradado se vuelve hacia alguna parte, pidiendo para su cabeza o para su corazón alguna cosa que el siglo no puede darle.


La caridad oficial que se llama Beneficencia ha sustituido a la caridad que, sostenida por el espíritu religioso, auxiliaba a los enfermos y a los necesitados. El Estado, representante de la nueva sociedad, ha recibido de la que se extingue la sagrada misión de amparar al desvalido. ¿Y cómo llena esta misión santa? La llena de tal modo, que hace sospechar que le falta el conocimiento de sus deberes, o la voluntad de cumplirlos. La primera suposición nos parece la más probable. El Estado ensaya, prueba, duda sobre Beneficencia, como sobre todas las cosas; solamente que estos ensayos, y estas pruebas, y estas dudas son más fatales, son horribles, porque tienen por consecuencia dejar sin auxilio al necesitado, sin amparo al desvalido.

Beneficencia, Filantropía, Caridad.

Beneficencia es la compasión oficial, que ampara al desvalido por un sentimiento de orden y de justicia.

Filantropía es la compasión filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad y la conciencia de su dignidad y de su derecho.

Caridad es la compasión cristiana, que acude al menesteroso por amor de Dios y del prójimo.

Es consolador que los hombres pensadores hayan comprendido todo el mal que viene de que estas tres grandes fuentes de consuelo corran en distintas direcciones. La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas consigna este hecho, de una triste evidencia para todos los quo han pensado en la materia:

La caridad privada y la Beneficencia pública están separadas.

Luego afirma una verdad, que, generalizada, podrá ser origen de grandes bienes.

Es preciso enlazarlas.

¿Bajo qué bases? He aquí el problema, para cuya resolución hace un llamamiento a las inteligencias que en estas cuestiones se ejercitan. Cuatro son los principios que, en nuestro concepto, deben seguirse para enlazar la caridad privada y la Beneficencia pública.

1.º Es un deber de la sociedad procurar a los desvalidos la mayor suma de bien posible.

2.º La sociedad no comprende su alta misión, si cree llenarla con sólo hacer bien material.

3.º El Estado, aislándose de la caridad privada, no puede auxiliar debidamente ni el cuerpo del menesteroso ni su alma.

4.º Existen en la sociedad los elementos necesarios para consolar todos los dolores; no hay más que armonizarlos.

Todas las medidas que tiendan a poner en armonía la caridad privada y la pública deben, en nuestro concepto, ajustarse, a estos sencillos principios, que desenvolveremos por el orden en que los hemos enunciado.

I. Es un deber de la sociedad procurar a los desvalidos la mayor suma de bien posible
Se experimenta una dulce satisfacción cuando al formular una verdad consoladora, esta verdad está en la conciencia de todos y no es menester probarla.

LA CARIDAD ES UN DEBER. Esto no es ya solamente un precepto religioso; es una verdad filosófica, un axioma moral, una irresistible tendencia de la sociedad que empieza. Con motivo de un grave mal que remediar, o de un gran bien que hacer, convocad hombres de todas clases y opiniones, un demócrata y un absolutista, un millonario y un artesano, un ateo y un creyente: la forma de sus razonamientos variará mucho; los medios que propongan para alcanzar el fin propuesto serán también diferentes; pero todo lo que digan todos partirá de esta verdad y volverá a ella: LA CARIDAD ES UN DEBER.

La indiferencia para los males de nuestros semejantes no revela ya sólo dureza en el corazón, sino extravío de la inteligencia; al hombre cruel no le falta solamente sensibilidad y espíritu religioso, sino razón. La tendencia al bien se encarna cada día más en el hombre civilizado, pasa del corazón a la cabeza, y estamos tocando la época en que las leyes del mundo cristiano derivarán de este principio: LA CARIDAD ES LA JUSTICIA.

 

Concepción arenal  también denuncio el maltrato a los dementes ,la protección media a los niños ,escribió sobre las hermanas de la caridad de la prisión, sobre la persecución a mendigos incluso sobre la casa de locos de Zaragoza…

0 comentarios